Desde que nacemos hasta que morimos somos una caja de emociones. Robots perfectos llenos de respuestas conscientes e inconscientes a estímulos externos que a diario llaman a nuestra puerta. Llegan, y en función de su fuerza, su frecuencia o su mensaje, provocan en nosotros reacciones que consideramos naturales pero que en ocasiones son provocadas por el ente que lanza la pelota a nuestro tejado.
Sin emoción no hay decisión. Y si no hubiera decisión no existiría el Marketing. El Marketing pretende convencer a un público objetivo de que compre uno u otro producto. Apela a necesidades, caprichos, deseos de pertenecer a una determinada clase social, o simplemente, pero a la vez de una forma increíblemente compleja, a las emociones.
No sabemos por qué, pero a veces vemos un anuncio que nos pone la carne de gallina. Otro nos saca una sonrisa y otro nos hace recordar nuestra infancia. De pronto la pantalla, la voz de la radio, o la historia del folleto se mete en nuestra mente, provocando sensaciones en nuestro cuerpo que nos emocionan. ¡Ahí está la emoción! La emoción que nos llevará a recordar ese anuncio, voz, o historia por encima de otras, y que provocará que nos decidamos por comprar ese producto que ha conseguido de forma tan aparentemente sencilla traspasar la barrera de nuestra piel.
¿Y cómo consigue ésto el Marketing? Empecemos a responder a esta pregunta en el primero de una serie de conocimientos sobre el Marketing Emocional.
Imagen: Victor Bezrukov
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Fantástico, buen trabajo Paula, eres una Crack!!
Muchas gracias Antonio! es un tema que me apasiona, pero aún soy una aficionadilla!
Gracias!!
Fantástico, buen trabajo Paula, eres una Crack!!